Síndrome de abstinencia

    Hasta hace un par de horas sentías mi pulso, hace un par de minutos viví tu partir.

   Un tren es aquel medio de transporte que implanta el drama necesario para un adiós… comienza lento y tortuosamente, dándote tiempo para entender lo que has hecho y finalmente cuando sabes que todo es un error, la velocidad de su partida desgarra el aire y ni su aroma queda allí para ti.

    Llevabas un nuevo vestido, aquel que yo mismo escogí para resaltar tus ojos negros, vaya día, vaya ocasión especial para usarlo; nunca había entendido esa belleza que opacaba todo lo que orbitaba alrededor mío, nunca serán breves el centenar de días que hoy comienzan para olvidarte.

    La innecesaria promesa rutinaria de enviarme alguna carta o telegrama me pondrá en la penosa obligación de conseguir un buzón, sólo para complacer a mi espera.

    Entre eso labios dudosos que tiemblan, los mismos que hoy dejo de reconocer, susurras el motivo que nunca esperaba contemplar ni remotamente: “ahora serás libre”. Le veo partir; sentada tras su ventana, evitando el cruce de miradas, como si toda la estructura la salvaguardara de mis arrebatos, de la posibilidad de mis arrepentimientos. Quizás la vida nos dé chance de cruzarnos de nuevo en otra ocasión, como en aquel café al fin de la tarde; de altas ventanas, donde la luz fugaz sólo se reconocía en ella y en el silencio de quienes la contemplaban envidiando el hecho de que fuera mía.

    El adiós ha comenzado. Trato de correr tras la marcha del tren como un niño que pierde sus años, viendo pasar gradualmente un sinfín de ventanas en las que ella dejó de estar hace varias promesas; todo se revuelve entre pensamientos sin su voz.

    Corto el paso, descanso en aquella banca a mis espaldas y dejo que el resto de la tarde se esfume para mis lejanías. He esperado el último tren que viene de regreso, sólo para enterarme si quizás ella al igual que yo, se había arrepentido de mi decisión.

    Tardé el resto de la noche en regresar a casa. Fui bebiendo en el recorrido cada recuerdo que dejé colgado en las paredes de esta ciudad, como retratos que siempre observaba de paso para sentirme en casa… tal vez haya tenido que falsear algunos momentos, con los años egoístas perdí un poco la lucidez de los acontecimientos, y sin embargo, seguía recordando cada una de las sensaciones que los curtieron. Su estructura era clásica y bien conocida, comenzaban en medio de la incertidumbre, luego el riesgo y finalmente el placer; empezaba a hacerme adicto a la coyuntura de tus jornadas, a eso que no reside en mis noches.

    Inevitablemente entendí con el paso del tiempo que necesitaba más de ti, de tus juegos, de tus derrotas; me encontraba al borde de perderlo todo, rogando que fueras recaída y salvación. No lograba visibilizar la calma que me cubría bruscamente, como una helada que gradualmente conquistaba mi panorama. Abracé el alcohol, me permití la ira, confabulé tanta poesía como merecías, invoqué tu cuerpo y dibujé tu voz, pero siempre llegaba al alba roto. Cansado de andar en círculo en esta floresta de silencios y pérfidos aromas, entendí que quién debía deshabitarlo todo… era yo; alejándote de mí adicción, para no encontrarnos en el límite de la ribera perpleja.

    A causa de tu partida hoy comienzo las noches sin ti. El síndrome de abstinencia ha sido a lo sumo más que claro, fuiste bastante buena para mí; la realidad es escabrosa y por mucho que intento fundirme a ella, todo se fragmenta, ocultándome la ridícula razón en trapos viejos. A solas en mi cuarto y contigo a cientos de kilómetros, por fin concebí de qué iba todo esto; era la costumbre a la cobardía, eran las dudas a creer en lo que alguien sentía. Desconecto el teléfono un par de días, inhabilito todo contacto con el mundo exterior y degusto un sorbo del mejor insomnio cosecha ochenta y cuatro. Temo a no soñar contigo, a despertar buscando los perdidos rastros de los motivos furtivos.

    Para la media noche ya habrás llegado a tu destino, cansada de pasado; quizás te reciban esos brazos y aquellos labios… mientras yo, obtuso de remordimiento, comienzo sin esperanza otro día sin tu cuidado.


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