Encierro

 

    Y un día llegó hasta mi puerta, trayendo el golpe seco de la calle que impregna de arena y cal. Tocó dos veces, para que toda la incertidumbre se sirviera de silencio en el último instante en que se detuvo. Observé por el ojillo las marcas de su cara gastada, de la mugre en su traje, de aquel crucifijo descurtido de oro golfi barato.

    Su voz se pronunció contra mi desacato. Se escuchó el tercer golpe, el que no debió llegar nunca. Dispuse un tapete de periódicos viejos, llenos de falsas noticias y tragedias mundiales que sus zapatos supieron leer. Señaló su garganta seca de tiempo, como si la arena invadiera su estómago y sus pulmones.

     Tomó asiento en mi sillón favorito, desde la cocina escuche aquellos resortes viejos. Traje un vaso a medio lavar con un poco de agua fresca, la mejor selección de la lluvia ácida filtrada que corre bajo nuestras cañerías. Supo agradecer con melancolía. Él seguía atento, y sus órbitas observaban todo el lugar, en el cual yo me encontraba conservando la distancia.

    Poniéndose de pie se acercó a la mesa, dejó allí su sombrero de alas cortas, el cual entre manchas curtidas describía su día a día. Estiró su mano y tomó la última fruta de aquel tazón destinado a ambientar mi espacio. Su boca mordió aquel objeto sin remordimiento; el sabor dulce le intoxicó de repente. Vi caer desde su boca lentamente a la víctima, sobre la mesa, poseída por la agonía, esparciendo trozos de su cuerpo con saliva alrededor suyo.

     Corrí prontamente a la cocina, traje en mis manos un trapo húmedo en alcohol. Escuché la madera del suelo rechinar, distante; la puerta se interpuso entre nosotros y quede inmersa en silencios.

    Me dirigí al cuarto útil, tome un bidón y un par de cerillos. Bendije la casa en silencio, rincón a rincón, retuve la gloria para mí misma; el olor se introdujo en mi cerebro como un recuerdo senil. Tomé las llaves y esa chaqueta fría que colgaba de mis agallas. Mis zapatos impregnados de combustible perdían color; les abandoné allí como un tributo... entre aquel pictorialismo de cuatro paredes y el paisajismo salvaje de los muebles.

    Una vez fuera bloqueé su única salida y compuse aquel sombrero viejo y manchado de alas cortas sobre mi cabeza; entre aquella ranura de la puerta virgen de cartas sin remitente, introduje el condonado fuego de mi despedida y partí.



Comentarios

Entradas populares de este blog

Vuelvo al sur

El Sueño