Anhelo

    No ha sido breve el frío espacio que nos ha separado desde la última visita; cuatro estaciones con el mismo color, días sin amanecer, albas sin placer. La hierba húmeda refresca todo el lugar, el meridiano momento, pero no las ansias. Llego a primera hora del día, con la luz naciente a mis espaldas y todas las sombras huyendo de su calor. Un par de metros bajo mis pies, cientos de kilos de tierra me separan de ella, de lo que alguna vez amé. Apoyo con delicadeza sobre su lápida algunos de sus dulces favoritos y el último ramo ya viejo y seco encontrado en el supermercado; compuesto sólo de flores blancas… ella lo disfrutaba así. En vida era obligación darle un ramo con varias clases de especies, pero ahora no podría notar ni el color de las mismas; ella disfrutaba el embriagante aroma desprendido de aquel simple regalo, yo disfrutaba verla sonreír.

    Cuento unas pocas historias que mal recuerdo de las últimas semanas, falseo los finales para verme como el héroe que siempre he sido, estarías orgullosa. Pero cada vez te extraño menos. He eliminado gradualmente los recuerdos que creamos, logro conciliar el sueño un gran número de días a la semana y parece que la soledad comienza a instalarse en aquel mueble donde leías. Bien sabes que contra tu pecho se encuentra lo mejor de mí, las épocas claras de nuestra juventud, ese breve espacio del tiempo en que fuimos arena sobre el otro; ya no reconozco al hombre dentro del espejo, aprisionado en discursos sociales que ya no disfruto. No culpo la memoria, culpo las facciones de tu rostro por partir sin despedirse; tus ojos podría encontrarlos en la multitud

    La casa sigue intacta, el colorido oriente penetra las ventanas y pasea libremente por los muebles manchados que siguen donde los has dejado… en tu última visita pudiste comprobarlo, el aroma es delatador. Las fotos sonríen en todo momento, el cansancio tensiona los rostros, los ojos desorbitan las direcciones. La vegetación alrededor de ella, fútil adorno que cuidabas, ya no es más que maleza. La ropa en tu armario ya no colecciona polvo, alguien más debe estarla usando, escamando sobre sus hilos, disfrutando la intemperie o simplemente sean trapos viejos que adoran vidrios desde el encierro de otra persona.

    Él te manda saludos, le ha dado por decir que la casa es más amplia, ahora inhabitada de lamentos. Quiso venir conmigo, darse el gusto de saber cómo andas, pero le esperaba otro lugar, otra vida, otro momento.

    A veces quisiera arrancar mis manos sobre la tierra que nos divide, dejar de sentir como de repente golpeas las paredes de la habitación imparmente; pero despierto en miedo por encontrarte allí, sentada en el tocador, alisando tus cabellos, rociando nieve sobre el piso, muda de costumbres y sedienta de palabras, como tantas veces pude tenerte. Sin embargo vivo en paz, pese a las dudas de cultivar otras historias, donde nuevamente seas como la sombra fortuita que abrigue la unión y tarde que temprano cual oxidadas campanas le alejes cual vuelo de pájaro, entre parajes llanos y el sordo distanciamiento del momento reiterativo.

    Quizás aquellas ocasiones vuelven a tu atormentada oscuridad; y sé que no vas a creerme, pero lucho contra ellas, evitando que alguien te conozca. Fugazmente algunas noches entre oraciones invoco tu nombre frente a alguien más… pero dicha resurrección sobresalta en medio del momento. Quisiera confiar algún día en las coincidencias, en una esquina, en un oscuro bar, en la banca de algún lugar… alguien a quien tú y yo podamos aceptar, arrancándote el letargo en que has caído y te invite a dormir entre nosotros; probablemente en el génesis de nuestra creación no entienda las ataduras de mi piel, pero un día cualquiera reconocerá nuestra unión y bendecirá esta trinidad recién instaurada.

    A partir de aquel momento llegará conmigo hasta acá, traerá un ramo de flores rojas que ella misma habrá escogido, una por una. Tendrá en sus labios el sabor amargo del chocolate que se derrama por ser probado y cantará entre sus canciones a la sombra de éste árbol que te cobija con su sombra, las historias de sus horas ya cumplidas. Tal vez, sólo tal vez… nunca decida estar a tu lado, llegar allí a tu regazo, a la descomposición mental y física junto al resto de cuerpos imaginarios del pasado, con juramentos infundados, que no eran más que malos viajes en trecientos sesenta grados.

    Antes de partir siembro sobre ti mi compasión, para que florezcas de nuevo en las manos de otras vidas ajenas. Tuyo siempre, Esperanza.




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