Regreso

    Abro los ojos ante la posibilidad de descubrir que aún sigo vivo… un día más o quizás un día menos, todo depende siempre de cómo has visto el vaso.

    La luz invade sin cobardía la oscuridad del cuarto, un rayo cada vez más cálido me vela la retina, blanqueando limpiamente mi memoria, tomando gradualmente el sueño que en ella se transmitía; ya no tiene sentido reconocer todo lo que pudo ser, sólo que ella era quien sostenía la realidad sobre su palma.

    De manera Kafkiana mi cuerpo muta, mientras sudan las paredes alaridos de razón, pierdo las extremidades que ahora son huesos arqueados y tejidos blandos; emanan de mí a quemarropa plumas que se abren camino por los poros de esta nueva piel, el balbuceo de las pocas palabras que permiten asombro es callado por el dolor de sentir mis labios transformándose en un corto y rígido pico. Siento la necesidad fortuita de la libertad, delego al sentido común tan poca importancia que ahora vivo; entre mi ropa yace una especie sin nombre, sin humanidad, sólo los restos híbridos de un animal alado.

    Entre las erguidas paredes, años y años de espera, bajo el improvisado suelo, horas y horas de inocencia. Entre tumbos sin ritmo me dirijo a la ventana alguna vez rota por el descuido del clima, trepo a la cornisa, me percato de la altura; escucho a la razón, en medio de lo ajeno de este cuerpo el instinto no vive en él, ¿Acaso sé volar? Viví atado por unanimidad a la gravedad del mundo, a la reiterada uniformidad del hombre, a la negligencia de no buscar otros aires. El vacío encantado en la espera ve como inicia mi inmersión, caigo más rápido de lo que merezco, el espanto no sabe si deba reír, sin embargo disfruta todo este talentoso show. Ahora la tierra me espera. Agito las alas instintivamente, golpeo ramas que en su sonido confunden a mis huesos, gradualmente desespero, causalmente soy más angustia que pájaro. El suelo abre sus voraces fauces para la cordialidad de mi bienvenida; tal vez no todas las personas estamos hechas para volar, de seguro algunos ajenos al privilegio de soñar debemos estar atados dentro de nuestras costumbres.

    Alzo el vuelo, un rayo de luz cada vez más cálido me vela la retina, blanqueando limpiamente mis pensamientos, ¿Qué tan alto podría llegar antes de agotarme?, ni siquiera Ícaro podría saberlo. La ciudad comienza a transformarse en una masa gris uniforme, cuyo tono es sobrevolado por la bruma blanca de nuestras acciones; una marea de polución oceánica inunda mi visión, peces involucionados rigen en sus caparazones de metal, otros simplemente nadan contracorriente tratando de ser el más apto del cardumen, sin percatarse de lo que les espera. Algunos corales restantes de tonos verdes en furor, ornamentan todo este océano de dilapidación, y yo me pregunto, ¿Qué tan lejos podría llegar antes de agotarme?.

    Escapo del ruido que me condena, entre el cielo y la tierra no logro estar oculto, todos deben ganarse su libertad. Me he postrado sobre lo más alto de un rascacielos, mi escasa visión del mañana todo lo observa. He de esperar mejores tiempos, no he de esperar migraciones a otros cielos; cada viaje se contenta con ser un descubrimiento nuevo, un punto de partida, el mismo punto de regreso.

    Qué nos deja la caída… cómo logra entender un ave la inmensidad del mundo, donde lo que ha sufrido el instinto, no es más que remotamente la suerte de no ser abatido. Continúo refugiado en mi cuarto, esperando la pronta noche, con su maleta tupida de otros sueños. De nuevo al rascacielos. La lluvia ácida como intrusa desecha contratiempos, incinerando la inocencia de mis alas gastadas en la búsqueda de aquel último sueño; todo regreso es ambivalencia, una precaria decisión, hay algo en juego en la espera y es la obligación de recordar. Algunas aves poseen la capacidad de recordar fotográficamente un lugar, de reconocer recorridos migratoriamente, de llegar a buenos puertos; ¿Entonces por qué yo busco olvidar?.

    De nuevo el sueño, la escasa memoria, de nuevo ella. Sin negociar me postro en su palma, nunca he distinguido su voz. Acaricia mi diminuta presencia y plácidamente canto en su honor. Hemos ido a parar entre los corredores de su palacio, entre los cuartos victorianos ornamentados de su presencia, a la habitación donde en otra vida ya estuve, es dueña de mis voces, es motivo para todo encierro que ha dejado, tan hermosa jaula de oro me permitirá vivir dignamente a partir de ahora, olvidando la condena en que vivía, olvidando despertar algún día.

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