Albores

    Me han dicho que calle y piense, que debo sentir todo lo que observo, para entender que la vida es corta y vivimos sin nacer. Que la calle es mal y del cielo escapa veneno, que nos hace viejos, cultivando arrugas cartográficas que dirigieron nuestro andar. 

    Me dicen que olvide y sueñe, que trate de entender lo que no ha de cambiar, que escupa sus besos suaves y la última hora de partir. Que el campo es necio y no hay lugar donde sembrar, los ahora parajes que deciden cual fruto cae rudo y la peripecia ha de devorar. 

    Me han dicho que llore y perdone, que vuele bajo y sea enfado, cayendo en sus brazos, en el sueño taciturno donde pueda anidar. Robando oportunidades de padecer de nuevo en la hoguera de su amar, que mi rostro florezca en raíces y transitoria asfixia de paredes rugir. 

   Me dicen que luche y arda, que esconda secretos de infancia para venderlos al mejor postor, que las noches sin miedo no complacen al mundo y nada se puede ser. Que cada dolor que se contempla tiene su propio dueño y no basta para sofocarlo con mirarnos amanecer. 

    Me han dicho que ore y peque, que las almas pastan lejos del reino sin mucho esfuerzo de la verdad, perfilando templos sórdidos de la necedad. Que la culpa es un vacío temporal, donde el placer no se debe buscar y la tinta seca esculpe piedra y metal.

    Me dicen que corra y busque, las manecillas canallas del pasado déspota y tirano, siendo diminuta ceniza de libertad maleva que ni el viento tomará. Que olvide lo que he juzgado, acolitando el fin de los medios, llegando al hambre y la mudanza de esta piel.


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