Punto cero

    A veces sólo se desarma el corazón una vez en la vida, pese a la premura de los tiempos en contra vía en que todo suena vago. Las promesas se descuidan con la segura restricción nocturna, abordando el alma, cubriéndole de temores simples en medio de la incertidumbre obtusa de aquellos pesares que ya no quisiéramos recordar una vez más.

    A lo lejos se desdibujan los ocasos de los sueños torpes, gobernando espejismos de esquiva realización. La costumbre es el rito que las vidas necesitan para sobrevivir; se lucha incesantemente, se disfruta de la ruta y sus colores, aunque todo sitio de llegada con el sentir de los días, termine siendo nada más que otro infructuoso punto de partida.

    Lo mundano se alimenta de gozo, alcohol y otros males; tanto como del exceso de conocer aquello que define al placido amor. Entonces el hábito ya reitera lo que a lo sumo está por venir, recapitulando rumbos y disponiendo maletas. Preparando un partir mental, despidiendo vientos intemporales, agudizando los sentidos, adhiriendo contra el pecho el suave tejido, de aquel bordado cálido de esperanza que te han calzado en casa.



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