El frío de la habitación de manera tajante
atravesaba las ranuras entre los vidrios de la ventana, golpeando el lugar de
manera pesada e insistente. El invierno que azota la temporada actual del año,
ya se ha cobrado varias vidas en el sector y los cuerpos comienzan a amontonarse
tras las paredes de las casas; colgando en los muros los recuerdos de quienes
eran, de lo que fueron y de su absurdo adiós.
Las preocupaciones no dejan de rondar mi
cabeza, el aislamiento a causa de éste nuevo virus ha detenido la economía,
cientos de personas han perdido su trabajo y yo… yo no he sido ajeno a ello.
En los últimos días el insomnio aumenta
vertiginosamente, al igual que el número de noches sin dormir y la exagerada
cantidad de remedios caseros usados contra la falta de sueño. Los días grises y
sin oficio, garantizan mi mal estado de ánimo y la cama, aquel lugar de
descanso, es ahora un altar de rituales para tratar de dormir.
La pasada noche le soñé. Estaba allí su
presencia, imponente, seguro de sí mismo; respirando alrededor mío, susurrando
en mi mente, demostrando que perdía la razón con el paso de los días. Quise
saber su nombre, pero no lograba hablar… tenía mi cuerpo paralizado, la boca
cocida; era imposible medir cuánto podía pesar mi carne en aquel momento.
Finalmente me venció el sueño inconsciente, pero no logré soñar algo diferente
a su presencia a partir de aquel momento. Seguía de cerca mis horas, entendía
que comenzábamos a pertenecernos.
Esta noche debía tomar precauciones; así que
sellé las ventanas con cinta industrial, dispuse un cuchillo bajo mi almohada y
finalmente, encendí 4 velas blancas gruesas en cada esquina de mi habitación;
así la luz me permitiría entender dónde estaba mi acompañante, cuáles eran sus
acciones y a que se debía su visita; seguro que con un poco de suerte lograría
atinarle el brillante filo de aquella cortés cuchilla.
Su respiración comenzaba de nuevo a penetrar
mi mente, como la bruma… sabía que estaba allí. El peso inmóvil de mi cuerpo me
traicionaba, mis extremidades estaban muertas. Sólo me quedaba observar como
jugaba sin pudor en la habitación. No lograba verle el rostro, sin embargo
entendía su forma, me torturaba con sus acciones, con su vaivén. Comenzó a acercarse
a cada una de las velas, apagándolas de manera lenta; sur, este, norte y oeste…
cuatro puntos cardinales que gradualmente se fueron sumergiendo en la completa
oscuridad. Aquella presencia disfrutaba el proceso, lo escuchaba sonreír; me
demostraba que su visita tardaría toda la noche y que nunca se puede estar
preparado para una visita como aquella. Seguía sin moverme, no lograba modular
una palabra, sólo se desprendían un par de quejidos secos y ruidos desesperados,
sería absurdo no identificarme con un animal postrado en sus últimas horas.
Tras parpadear le perdí el rastro y en menos
de un segundo, su peso cayó sobre mi cuerpo, clavándome sobre la cama. Era el
vacío cálido al que todos pertenecemos, el olvido mezquino que la sociedad nos
ha vuelto. Su cara comenzó a acercarse lentamente, hasta sentir sus fríos
labios. Desgarraba mi alma, se llevaba mis fuerzas. Con el último de mis
alientos logré tomar el cuchillo bajo mi almohada y dirigiéndolo con todas las
fuerzas de mi desesperación, lo dispuse en mi garganta… finalizando aquel beso
mortal que comenzaba a disfrutar.
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