Miscelánea
Contamos con grandes recuerdos de cuando éramos niños; las travesuras, los juegos, los dulces y algunos otros momentos especiales que marcaron nuestra infancia. Hoy hablaremos de momentos y recuerdos felices, de calles ruidosas y fechas especiales, de pequeños presentes y de porcelanas color blanco coral que adornan nuestras salas.
En
cada barrio, construido de cuadras largas con casas antiguas, en donde el
rebusque ha sido fundamental para alimentar la economía del sector, es
característico encontrar una gran variedad de locales que no llegan a tener
ánimos de grandes zonas comerciales; pero que en cambio, son pequeños garajes
adecuados, o salas modificadas tras ventanas, colmadas de estanterías y
mostradores que son poblados por alimentos, ropa, juguetes y otros elementos
que van rotando quincenalmente al ser comprados de contado o bajo el famoso
crédito sin fiador, que es pactado honoríficamente en cuadernos escolares
viejos, que no muestran ningún orden y mucho menos buena letra.
Entre
farmacias, supermercados, talleres, peluquerías, graneros y carnicerías…
encontramos aquel pequeño reino de objetos perdidos en busca de un lugar en
alguna cálida vivienda, un punto de encuentro para todos los gustos y reinos
posibles, una miscelánea.
Dotada
de cientos de ítems, que en algunas ocasiones no cumplen más que un sentido
estético sobre alguna mesa o pared o rincón de nuestras casas; la miscelánea es
un templo de lo curioso, un cuarto empolvado y desbordado de objetos que no
satisfacen nuestras necesidades básicas y que lejos de ser de primer consumo,
ofrecen la posibilidad de satisfacer emocionalmente nuestros gustos y antojos.
Cuando
era pequeño, solía asistir a la miscelánea de mi barrio, allí encontraba todo
tipo de útiles escolares, esquelas (cuando aún se usaban), portarretratos,
materiales de costura… en fin, cientos de cachivaches que no parecían tener un
público objetivo definido ni mucho menos un género establecido. Mi primera
loción infantil fue comprada allí, paradójicamente todos los niños del barrio
olíamos igual. Las cartulinas compradas a última hora en aquellos domingos
solitarios solía encontrarlas allí. Las cometas que sólo duraban un vuelo. Los
caramelos de los álbumes que nunca se llenaban. Las máquinas tragada monedas;
con mis pocos años de edad, yo pensaba que la economía de aquellas tiendas de
mil variedades (supongo que tengo la libertad de ser literal en este punto),
era sostenido por el traquear de aquellos dispositivos contaminantes que
siempre arrojaban el juguete que uno menos quería, y todo por el módico valor
de 200 pesos; porque era común reunir todas las monedas que uno se encontraba
“regadas” por la casa para luego ir a comprar algún objeto que uno no
necesitaba, o para preguntar como en un ritual de pena y dudas, el valor de
cada una de las cosas llamativas para un niño, porque como era normal, nada
encajaba con el capital con el que se contaba.
La
miscelánea siempre se encuentra en medio de una dicotomía… y es la edad de las
personas que atendían. Unas veces nos encontrábamos con una señora entrada en
edad, amable y de voz dulce y en otras circunstancias con una joven enérgica
que nunca estaba enterada de los precios de las cosas. Sin embargo, ambos
personajes cumplían con el papel de persuadir a su visitante, demostrándole que
su vida no podía continuar sin una bailarina de porcelana, un centro de mesa o
el cuadro de algún payaso triste; porqué aunque usted no lo crea, su labor era
conocer los gustos de cada una de las personas del barrio, tanto en su manera
de adornar el hogar, como en la forma en que vestía usted y el resto de su
familia. Y ni hablar de las asesorías comerciales brindadas a la hora de
escoger un regalo para algún cumpleaños, bautizo, primera comunión, quinces o
matrimonio… pues al final de todo, no era raro que en varias viviendas
existieran los mismos cubiertos, una corbata pasada de moda o un reloj
despertador de cuerda con el segundero roto.
A
pesar de la creciente tecnificación, donde las ventas son realizadas a través
de internet y enviadas a la puerta de su casa con un simple click, en los
barrios se siguen realizando las compras en el punto de venta, pues aunque la
miscelánea se caracterice por ser un conteiner cargado de productos chinos, su
mayor característica es ser un lugar de encuentro entre las personas del sector,
un punto de información inagotable, una parada obligada ante el catálogo de
objetos físicos que quisiéramos tener, pero que no necesitamos, una oda a lo kitsch
y al muñequeo excesivo de la vida de adultos. Un lugar donde siempre seremos
niños, con la excepción de que gradualmente modificamos nuestros gustos y
necesidades, basados en el poder adquisitivo que ahora hemos adquirido.
Q bonito! 😍
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