Encierro
Y un día llegó hasta mi puerta, trayendo el golpe seco de la calle que impregna de arena y cal. Tocó dos veces, para que toda la incertidumbre se sirviera de silencio en el último instante en que se detuvo. Observé por el ojillo las marcas de su cara gastada, de la mugre en su traje, de aquel crucifijo descurtido de oro golfi barato. Su voz se pronunció contra mi desacato. Se escuchó el tercer golpe, el que no debió llegar nunca. Dispuse un tapete de periódicos viejos, llenos de falsas noticias y tragedias mundiales que sus zapatos supieron leer. Señaló su garganta seca de tiempo, como si la arena invadiera su estómago y sus pulmones. Tomó asiento en mi sillón favorito, desde la cocina escuche aquellos resortes viejos. Traje un vaso a medio lavar con un poco de agua fresca, la mejor selección de la lluvia ácida filtrada que corre bajo nuestras cañerías. Supo agradecer con melancolía. Él seguía atento, y sus órbitas observaban todo el lugar, en el cual yo me enco